Comentario diario

Este Dios, que parece tan poco Dios, es el verdadero rostro de Dios

Pone los pelos de punta caer en la cuenta de que el inicio del Evangelio de hoy se refiere al alma de Jesús. Nunca una frase apuntó tan adentro. ?El alma de Jesús de turbó?, que significa ni más ni menos que entró en dolor y tristeza, una combinación de componentes que fumigan toda la alegría que encuentran a su paso. Estamos ante Cristo triste. El Cristo del castillo de Javier emociona a mucha gente porque sonríe desde el madero. Pero la imaginería a veces empaña la realidad, Cristo sufre y enferma de tristeza, porque un amigo le ha traicionado. A veces podemos llegar a pensar que Dios nos viene bien, porque gracias a Él nos salvamos de nuestras miserias y de todas esas imposibilidades de las que tenemos sobrada experiencia diaria. Pero, en una verdadera amistad, las dos partes están igualmente implicadas. Dios también nos necesita a cada uno, no puede vivir sin nosotros. En cualquier religión está premisa sería una blasfemia, en la nuestra es la gran alegría de saber que por el mero hecho de existir, le importo verdaderamente a Alguien, y estoy llamado a su amistad.

Durante su vida pública, Jesús no iba sólo dando doctrina y hablando del Reino de Dios, iba haciendo amigos. Y a uno le duele la suerte del amigo, y le llama por teléfono, y si no tiene trabajo hace lo posible por mover sus contactos habituales para que le echen una mano, porque el dolor del amigo se transfiere al propio corazón. Y si esto no ocurre, es que tenemos en muy baja consideración la definición de amistad. Jesús consideraba a Judas uno de los suyos. Le había regalado su corazón, la intimidad de sus pensamientos, todo. ¿No nos pasa también a nosotros?, tenemos un millón de conocidos, pero los conocidos saben poco, son más bien gente de lejos. En cambio el amigo te conoce con sólo mirarte, porque has compartido con él las cosas menudas y las cosas grandes.

Un Dios a quien le afectan las cosas humanas rompe un tabú de todas las divinidades tradicionales: su impasibilidad. Ya vemos que éste Dios-hombre no lo es. Pero no sólo padecerá el dolor de la cruz, cuando le pongan la lanza en el pecho, sino que le duelen esas tristezas que vienen con la decepción, la deshonestidad, la ingratitud, la frialdad. Este Dios, que parece tan poco Dios, es el verdadero rostro de Dios. El otro día le pregunté a un chaval de dieciséis años, qué quería estudiar, por dónde se movían sus intereses vitales. Y me dijo que lo suyo era emprender, hacer negocios y contratos, que para él era una suerte de vocación. No sé por qué, pero me dio mucha pena. Se le fue la cara de niño en muy poco tiempo. Los niños quieren jugar, pintar, vivir aventuras, hacer amigos, bañarse en el mar, subir a lo alto de una montaña, pero no hacer negocios y contratos, ¿no? Recuerdo conversaciones con amigos seminaristas, algunos barruntábamos en nuestra infancia la posibilidad de ser amigos del Señor. Quizá porque nuestros padres nos explicaron bien que ese Sagrado Corazón del hombre-Dios, busca otro corazón. Pero hacer negocios y contratos lleva en sus manos? tan poquita amistad.

Hoy el Señor lo está pasando mal, y habría que poner una silla más en esa mesa de la última cena, para que te pudieras sentar a escuchar lo que allí se dice. Porque habla un corazón humano despechado, cuyo dolor alcanza hasta el último rincón de su divinidad.

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